Título original: Borsalino
País: Francia
Dirección: Jacques Deray
Idioma: Francés con subtítulos en Español
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RESEÑA
El crimen, el estilo y la camaradería: un retrato brillante de la nostalgia mafiosa
En Borsalino, Jacques Deray entrega mucho más que una película de gangsters: ofrece una oda a la elegancia del crimen, a la mitología del hampa y a la seducción de una época que ya no volverá. Ambientada en la Marsella de los años 30, la cinta destila ese perfume francés que puede hacer de una pistola una joya, y del crimen una danza con trajes a medida.
El film, producido por Alain Delon —quien también protagoniza junto a Jean-Paul Belmondo—, se convierte rápidamente en una obra icónica del cine europeo de los 70, no sólo por su trama de ascenso mafioso, sino por la sutil mezcla de violencia y afecto entre sus dos protagonistas. Roch Siffredi (Delon) y François Capella (Belmondo) son más que socios: son reflejos invertidos, espejos de una misma ambición y camaradería. La cámara de Deray los sigue con sensualidad, como si fuera otro personaje en la ciudad.
Pocas veces el crimen ha lucido tan refinado. La fotografía captura una Marsella casi onírica, hecha de sombras, callejones húmedos y bares con humo de tabaco, mientras la música de Claude Bolling marca el pulso elegante y fatal de sus trayectorias. Pero lo que verdaderamente eleva a Borsalino es la química entre Delon y Belmondo: sus gestos, sus silencios, sus miradas cómplices.
A diferencia del gangster americano, obsesionado con el poder y la redención, el francés de Borsalino parece más interesado en la fidelidad, la lealtad, el estilo y una cierta poesía del destino. Hay algo inevitable en su final, pero no menos glorioso: como si supieran que sus vidas, breves y peligrosas, están hechas para ser recordadas, no para durar.
Borsalino: dos sombras caminan con sombrero de ala ancha
– Julio César Pisón
Café Mientras Tanto
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