Break Every Rule
Camden Palace, London 1986
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RESEÑA EN EL CAFÉ
Tina Turner rompe las reglas: una noche en el Camden Palace
Hay conciertos que uno mira como quien abre una cápsula del tiempo. No por nostalgia, sino por lo que contienen de futuro. El Break Every Rule Tour de Tina Turner, grabado en el Camden Palace de Londres en 1986, es uno de esos casos. No es un show espectacular en términos de producción, ni está pensado para llenar estadios. Y sin embargo, ahí está todo: la furia, la elegancia, la historia de una mujer que convirtió el escenario en un campo de batalla y en un altar.
Tina aparece con botas altas, pelo erizado y voz ardiente. Su cuerpo, cincelado por el dolor y la resistencia, ya no responde al mandato de nadie. Canta “What You Get Is What You See” como si fuera un mantra: lo que ves es lo que hay, y lo que hay es una mujer libre. Frente a un público entregado, en un teatro de luces justas y distancias cortas, Tina no representa, se encarna. Canta, baila, grita, sonríe con furia. Hay algo ritual en cada gesto, como si supiera que la música puede ser una forma de exorcismo.
El repertorio oscila entre lo nuevo y lo consagrado. Los temas del disco Break Every Rule coexisten con versiones incendiarias de “Proud Mary” o “Let’s Stay Together”. Pero incluso las canciones más suaves —como “Private Dancer”, que podría haberse hundido en el cliché melódico— adquieren un peso dramático inesperado. Turner no interpreta letras: las reescribe desde la piel, como si todo lo cantado hubiera pasado por su garganta y su historia.
Y es que en este concierto no hay “diva” en el sentido tradicional. No hay fragilidad maquillada ni sonrisa de catálogo. Hay poder. Un poder que incomoda porque no está impostado. Tina Turner no se permite ser decorativa. En los años 80, en plena hegemonía blanca del pop de MTV, una mujer negra, madura, con un pasado de violencia y una energía incontenible, ocupa el centro del escenario como si fuera suyo desde siempre. Y lo era.
En un momento en que el entretenimiento parecía volverse cada vez más anestesiado, Tina ofrecía algo elemental: verdad. Su cuerpo —musculoso, danzante, insumiso— se volvía un manifiesto vivo. No solo rompía las reglas del sonido o del estilo: rompía las del deber ser femenino, las del silencio, las del “agradecer el lugar que te dan”.
Por eso este concierto, a pesar de su formato televisivo, no ha envejecido. Porque no es solo un registro sonoro, sino una lección de presencia. Tina Turner no pedía espacio: lo tomaba. Y lo llenaba con todo lo que era. La furia, la elegancia, el dolor y el gozo. Todo cabía en ese escenario.
Julio César pisón
Café Mientras Tanto
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