Título original: L'innocente
País: Italia / Francia
Dirección: Luchino Visconti
Guión: Suso Cecchi D’Amico, Enrico Medioli, Luchino Visconti (basado en la novela de Gabriele D’Annunzio)
Género: Drama / Melodrama de época
Reparto: Giancarlo Giannini, Laura Antonelli, Jennifer O'Neill, Rina Morelli
Idioma: Italiano con subtítulos en Español
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RESEÑA EN EL CAFÉ
El inocente, o la melancolía del crepúsculo aristocrático
Última obra de Luchino Visconti, El inocente (1976) puede leerse como un testamento estético e ideológico. El director, ya debilitado físicamente, despliega con impasible lucidez una disección de la psicología aristocrática tardía, encarnada en Tullio Hermil, un hombre elegante, culto y absolutamente vacío. Adaptación de la novela homónima de Gabriele D’Annunzio —símbolo de una modernidad reaccionaria que Visconti revisita con mirada crítica—, la película se sitúa en un tránsito histórico fundamental: el final del siglo XIX, cuando los valores de la nobleza comienzan a descomponerse ante el avance de nuevas formas de vida social, afectiva y política.
Visconti no se limita a ilustrar ese mundo decadente: lo observa con una mezcla de fascinación estética y condena moral. Como ya había hecho en El gatopardo, la puesta en escena se construye desde la belleza del ocaso, donde cada traje, cada tapiz, cada gesto educado y cruel revela una cultura en proceso de descomposición. Pero en El inocente, esa belleza está atravesada por una tensión íntima más feroz: el conflicto entre el deseo posesivo de Tullio y la libertad emocional de Giuliana, su esposa. Lo que comienza como una rutina cínica de infidelidades y manipulaciones, adquiere un carácter trágico cuando Giuliana afirma, por primera vez, su voluntad autónoma: amar a otro y tener un hijo con él. Ese niño, símbolo de una regeneración moral que Tullio no puede tolerar, se convierte en el blanco de un gesto atroz.
Lo inquietante del film es que nunca cae en el juicio moral fácil. Visconti mantiene una distancia fría, clínica. La cámara observa a Tullio sin exculparlo ni condenarlo, lo sigue en sus paseos interiores como si lo auscultara. En ese distanciamiento está la fuerza del film: el espectador se ve obligado a convivir con el horror sin alivios, reconociendo en Tullio no un monstruo, sino una figura humana llevada al límite por una lógica de clase, de género, de poder.
En el trasfondo, El inocente se erige como una meditación sobre el fin. Fin de una época, fin de una clase social, fin de una forma de masculinidad basada en la posesión y la dominación. Y también, inevitablemente, fin de una obra: Visconti cierra aquí un ciclo iniciado en el neorrealismo, pasado por la crónica burguesa y el melodrama histórico, para entregarnos una película testamental. No hay redención ni promesa de futuro. Solo queda el gesto elegante y terrible de quien sabe que ha vivido en un mundo que ya no existe.
Julio César Pisón
Café Mientras tanto
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