Páginas del Café

Peter Brook

 La puerta abierta

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RESEÑA ENSAYÍSTICA EN EL CAFÉ

Abrir la puerta del teatro con Peter Brook

Peter Brook (1925–2022) fue más que un director teatral: fue un explorador del alma escénica. Nacido en el Reino Unido, y convertido en ciudadano del mundo por vocación, transformó el lenguaje del teatro con una mirada que buscaba lo esencial, lo invisible, lo verdadero. Desde sus montajes shakesperianos hasta sus investigaciones interculturales —como su monumental Mahabharata o su trabajo en el Théâtre des Bouffes du Nord en París—, Brook pensó el teatro no como espectáculo, sino como acto vivo, como encuentro. Y en sus libros dejó trazos de esa búsqueda.

Hay libros que no se leen, se escuchan. La puerta abierta, de Peter Brook, es uno de ellos. Se trata de una meditación escénica en voz baja, una invitación a mirar el teatro como algo más que un arte: como una forma de estar en el mundo.

Brook no impone reglas ni fórmulas. Prefiere contar. Habla de ensayos, de errores, de silencios que valen más que mil gestos, de actores que descubren algo nuevo cuando ya no buscan nada. No busca definir el teatro, sino rodearlo, tocar sus bordes, dejarlo respirar. Y en esa respiración aparece la clave de su propuesta: el teatro solo vive cuando hay presencia real, cuando algo —nadie sabe bien qué— atraviesa la escena y conecta con el espectador.

La “puerta” del título no es una metáfora decorativa. Es una imagen exacta: la escena como umbral, como pasaje entre lo visible y lo invisible. Pero esa puerta no se puede abrir por la fuerza. Hay que prepararla, limpiarla de artificios, ensayar con humildad, equivocarse con sentido. Brook sabe que lo esencial no se enseña, pero sí puede facilitarse. Y eso es lo que hace este libro: abrir caminos sin imponer destinos.

Lo conmovedor de La puerta abierta es que no se trata solo de teatro. Es, en cierto modo, un libro sobre cómo estar atento, cómo escuchar, cómo trabajar sin garantías. Sus páginas transmiten una ética del arte basada en la paciencia, la curiosidad y el rigor silencioso. Brook no tiene respuestas, pero tampoco las evita. Propone una actitud: mirar de nuevo, probar otra vez, confiar en que algo —quizás— suceda.

En tiempos donde el ruido escénico abunda y la técnica se impone como fetiche, volver a este texto es recordar que el teatro, como la vida, necesita espacio para el asombro. La puerta abierta no se cierra nunca del todo. Queda entreabierta, como una promesa, como una llamada.

Julio César Pisón
Café Mientras Tanto

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