Panteón de París 2024
----------------------------------------
RESEÑA ENSAYÍSTICA EN EL CAFÉ
Crónica de una emoción colectiva
Había una energía extraña esa noche en el Panteón. Como si las paredes de piedra —acostumbradas a la gravedad de los discursos oficiales y al silencio marmóreo— hubieran empezado a vibrar suavemente, como cuerdas de contrabajo. Algo iba a pasar. Y pasó: Nina Simone volvió a cantar.
No ella, claro. Ya no está. Pero sí su voz, su rabia, su elegancia, su ternura herida. Volvió en las gargantas de seis artistas que no buscaron imitarla, sino entenderla. O más bien, sentirla.
ALA.NI le puso su susurro de terciopelo a “I Loves You, Porgy”. Patrice convirtió “Ain’t Got No, I Got Life” en una pequeña revolución íntima. Celeste, con esa voz como de humo azul, quebró corazones con “Wild Is the Wind”. Kareen Guiock Thuram, periodista de día y cantante de noche, tomó “Mississippi Goddam” como si fuera un manifiesto escrito ayer. Kham Meslien hizo hablar a su contrabajo. Y Youn Sun Nah cerró con un “Feeling Good” que fue a la vez renacimiento y despedida.
No hubo nostalgia, sino presencia. Nina Simone fue traída al presente como se traen las cosas que aún arden. Su música no se conmemoró: se encarnó. Se hizo cuerpo de nuevo, cuerpo negro, cuerpo herido, cuerpo indomable.
Y eso ocurrió, además, en el Panteón: ese lugar que la República reserva para sus muertos ilustres, casi todos hombres, casi todos blancos, casi todos militares o académicos. En medio de esa solemnidad, una mujer negra, pianista, cantante, activista, volvió a sonar. Fue hermoso. Y fue político.
El homenaje no dijo: “Recordemos a Nina”. Dijo algo mucho más urgente: “Escuchemos lo que Nina todavía tiene que decir”. Y en este mundo que aún se tambalea entre odios viejos y miedos nuevos, esa voz es necesaria. Para que no se nos olvide que cantar también puede ser una forma de resistir. Y de sanar.
Julio César Pisón
Café Mientras Tanto
#conciertos #homenaje #NinaSimone
#cafemientrastanto #juliopison