Título original: Heat and Dust
País: Reino Unido
Dirección: James Ivory
Guion: Ruth Prawer Jhabvala (basado en su novela homónima)
Género: Drama histórico, romance
Reparto: Julie Christie, Greta Scacchi, Shashi Kapoor, Christopher Cazenove, Madhur Jaffrey
Idioma: Inglés con subtítulos en Español
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RESEÑA EN EL CAFÉ
Deseo, ruina y repetición: Heat and Dust como espejo de dos imperios interiores.
Hay películas que no narran una historia, sino que abren un pliegue en el tiempo. Heat and Dust, de James Ivory, es una de ellas. Más que una crónica de la India colonial, más que un drama romántico entre mundos, la cinta de 1983 propone una meditación oblicua sobre el deseo como fuerza que atraviesa épocas, cuerpos y estructuras de poder. Lo que parece ser una historia doble —la de Olivia, mujer británica de los años veinte que desafía su entorno imperial al enamorarse de un príncipe indio, y la de Anne, su sobrina-nieta que en los años ochenta viaja a la India para reconstruir su memoria— se convierte pronto en una sola línea de fuga: una pregunta por la herencia y la repetición.
James Ivory, junto a Ruth Prawer Jhabvala en el guion, despliega aquí una escritura fílmica donde el pasado no está clausurado, sino que irrumpe en el presente como una sombra persistente. Anne no viaja simplemente para conocer la historia de Olivia: la revive, la repite, la reescribe con su propio cuerpo. La India no es para ella solo un espacio geográfico, sino un lugar simbólico donde las certezas de su mundo occidental se disuelven. En ese sentido, Heat and Dust dialoga con un imaginario postorientalista, donde la fascinación por lo Otro no es ya una apropiación exótica, sino una experiencia ambivalente, atravesada por la culpa, la atracción y el desconcierto.
Olivia, por su parte, no es una heroína poscolonial ni una víctima del imperio, sino un personaje liminar, atrapado entre la opresión de su entorno social y su deseo de libertad. Su relación con el nawab, interpretado con noble ambigüedad por Shashi Kapoor, está marcada por esa tensión: ¿es una transgresión auténtica o un nuevo pacto de sumisión bajo otro signo? ¿Es el amor posible cuando los cuerpos están inscritos en jerarquías imperiales?
La película evita responder. No es su vocación moralizar, sino mostrar, sugerir, dejar respirar los silencios. En eso, la estética de Ivory resulta fundamental: la luz dorada que atraviesa las persianas, el polvo que envuelve las calles, las cartas como vestigios materiales de una memoria fragmentaria. Todo en Heat and Dust parece estar impregnado por un tiempo detenido, como si los personajes vivieran en una eterna espera: la espera del monzón, del deseo, del derrumbe.
Hay en esta película una profunda conciencia de la historia, pero también de sus límites. Anne, la mujer moderna, no supera a Olivia: la reproduce. La libertad que busca, como la de su tía abuela, es también un gesto de fuga que termina en una forma de arraigo ambigua, quizá ilusoria. Como si el deseo, lejos de emanciparnos, nos atara a ciclos invisibles que nos exceden. Como si la historia no fuera más que un eterno calor y polvo.
“Porque entre el calor y el polvo, no es el imperio lo que perdura, sino el temblor íntimo de quienes, al amar, se atrevieron a cruzar una línea prohibida.”
Julio César Pisón
Café Mientras Tanto
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