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Cabaret (1972)

 Título Original: Cabaret
País: Estados Unidos
Dirección: Bob Fosse
Idioma: Inglés con subtítulos en Español

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RESEÑA
El escenario como refugio, la vida como decadencia.

Cuando las luces del Kit Kat Klub se encienden, no iluminan: seducen. Cabaret, dirigida por el maestro Bob Fosse, no es solo un musical; es una elegía disfrazada de espectáculo, un espejo roto que refleja la fragilidad de un mundo al borde del abismo. En el Berlín de los años 30, donde el nazismo empieza a susurrar su veneno, la vida es una actuación desesperada, y el cabaret, un templo pagano donde se adora la ilusión.

Liza Minnelli, como Sally Bowles, no interpreta: encarna. Su voz, sus gestos, su risa quebradiza son el alma de una mujer que vive para el aplauso, pero que intuye, en el fondo, que el telón caerá. Frente a ella, Michael York, como Brian, el inglés tímido y racional, representa al espectador: un forastero que llega con curiosidad y termina atrapado en el torbellino de una ciudad que baila mientras se desmorona. La dinámica entre ambos, junto al enigmático Max (Helmut Griem), dibuja un triángulo de deseos y desencantos, donde el amor es tan fugaz como las luces del escenario.

Fosse no filma un musical al uso; deconstruye el género. Las canciones, casi todas confinadas al Kit Kat Klub, no son pausas en la narrativa, sino comentarios ácidos sobre la realidad. “Money, Money” ríe del materialismo; “Tomorrow Belongs to Me” hiela la sangre con su belleza pervertida por el fanatismo. El Maestro de Ceremonias, interpretado por un hipnótico Joel Grey, es el espíritu del film: un bufón cínico que invita a reír mientras el mundo arde. Su presencia, entre lo grotesco y lo magnético, recuerda que el arte puede ser cómplice de la decadencia.

Visualmente, Cabaret es un prodigio. Fosse, coreógrafo de alma, usa la cámara como una extensión de su cuerpo: los cortes rápidos, los encuadres oblicuos, el humo que envuelve cada plano, todo evoca la sensualidad y la claustrofobia de un Berlín que se asfixia. El vestuario, los maquillajes exagerados, la iluminación que mezcla rojos ardientes con sombras frías, construyen un universo donde lo bello y lo sórdido son inseparables. La música de John Kander y Fred Ebb no solo adorna, sino que hiere; es el latido de una época que se niega a ver su propio final.

Cabaret no es una advertencia sobre el nazismo, aunque su sombra esté presente. Es una meditación sobre la negación, sobre cómo los seres humanos eligen el hedonismo o la indiferencia ante el colapso. Sally, con su maquillaje corrido y su sonrisa rota, es el emblema de esa huida: una diva que prefiere el escenario a la realidad, porque en la realidad no hay aplausos. El film, basado en la obra de Christopher Isherwood y el musical de Broadway, trasciende sus orígenes para convertirse en un retrato universal: el de una humanidad que canta mientras el abismo la reclama.

Con esta obra, Fosse no solo redefine el musical, sino que nos obliga a mirar el arte como un arma de doble filo: un refugio, sí, pero también una trampa. Cabaret es una invitación a bailar en la penumbra, a sabiendas de que la música, tarde o temprano, se detendrá. Y cuando lo haga, el silencio será ensordecedor.

Julio César Pisón
Café Mientras Tanto

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Título: Cabaret (1972)
Título original: Cabaret
País: Estados Unidos
Dirección: Bob Fosse
Guion: Jay Presson Allen (basado en el musical de Broadway y las historias de Christopher Isherwood)
Género: Musical / Drama
Reparto: Liza Minnelli, Michael York, Joel Grey, Helmut Griem, Marisa Berenson

Julio César Pisón
Café Mientras Tanto

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