Páginas del Café

BB King

 Live at Montreux (1993)

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RESEÑA
El alma canta en blues.

Hay noches en que el alma del mundo se asoma al escenario y toma forma de música. Así fue el 9 de julio de 1993 en Montreux, cuando Riley B. King —mejor conocido como BB King— alzó su guitarra “Lucille” y con ella desgarró el silencio helvético a punta de lamento afroamericano. Lo que ocurrió en ese teatro junto al lago suizo fue mucho más que un concierto: fue una clase de historia emocional, una misa pagana del blues, una declaración de dignidad cultural en clave menor.

Acompañado por una orquesta sólida, impecable, que sabía cuándo entrar y cuándo dejarlo solo con su dolor y su ironía, BB King ofreció un repertorio que iba desde “Let the Good Times Roll” hasta la inevitable y siempre conmovedora “The Thrill Is Gone”. No fue solo el virtuosismo técnico lo que se impuso aquella noche —aunque King sigue siendo un maestro de la economía expresiva, un guitarrista que dice más con tres notas que otros con cien—, sino la humanidad desbordante que ponía en cada frase, en cada gesto, en cada silencio.

Porque el blues no se canta: se sobrevive. Y BB King sobrevivía en cada verso, en cada acorde que salía de su guitarra como un eco de los campos de algodón, de las ciudades rotas por la segregación, de los clubes donde el whisky y el humo apenas aliviaban la pena. En Montreux, ante un público blanco y acomodado, King no diluyó su mensaje ni su estilo. Sonreía, sí, pero era la sonrisa de quien sabe que la tristeza es tan inevitable como hermosa. Entre canción y canción, conversaba con el público como si estuviera en su porche, contándoles la vida a quienes nunca tuvieron que vivirla así.

Montreux no era Memphis, pero esa noche fue tan profundo el sur como la raíz de un árbol centenario. En ese cruce de caminos entre el lujo europeo y el dolor afroamericano, BB King tendió un puente invisible y necesario: el de la música como redención. No hubo artificios ni despliegue tecnológico. Solo un hombre, su guitarra, y la memoria colectiva de un pueblo herido que aprendió a transformar el llanto en arte.

Hoy, más de treinta años después, este concierto sigue siendo un testamento. No de la nostalgia, sino de la permanencia del blues como idioma universal del alma. Porque mientras existan injusticias, amores perdidos, trabajos mal pagados y madrugadas sin respuestas, el blues seguirá sonando. Y BB King, en Montreux, nos recordó que incluso en la tristeza puede haber una dignidad que brille.

El alma canta cuando el dolor se vuelve música. Y BB King fue, aquella noche, el mejor cantor del alma.


Julio César Pisón
Café Mientras Tanto

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