Festival Okarima, Eslovenia 2016
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📝 RESEÑA
El alma del soul no entiende de fronteras, y cuando canta Toni Green, el río Misisipi parece desembocar en los Alpes eslovenos.
El Festival Okarima de 2016 fue testigo de un encuentro vibrante entre la tradición afroamericana del soul sureño y el refinamiento del groove europeo. Sobre el escenario, la legendaria Toni Green —con una voz forjada en Memphis y un corazón generoso en cada frase— se unió al sexteto francés Malted Milk para ofrecer algo más que un show: un ritual de comunión musical que cruzó lenguas, edades y geografías.
Desde los primeros compases, la banda se encargó de construir una base sólida de funk y R&B, repleta de guitarras envolventes, vientos juguetones y una sección rítmica que latía como un corazón enamorado. Pero fue la entrada de Toni Green la que transfiguró el espacio: con su vestido rojo y su voz de terciopelo ardiente, convirtió el escenario en un templo donde el amor y el dolor bailaban abrazados.
Interpretaron clásicos como I Can’t Stand the Rain, Let’s Stay Together o temas propios como Don’t Think Twice, cada uno teñido de la urgencia de lo vivido. Toni no cantaba: suplicaba, celebraba, lloraba. En cada verso, arrastraba décadas de historia, desde el góspel hasta el soul contemporáneo. En cada gesto, en cada sonrisa, se leía la gratitud de una artista que sabe que el arte es un regalo efímero.
Y es que no se trató solo de un concierto: fue un testimonio. Malted Milk y Toni Green no buscan revivir el soul: lo encarnan. Lo mantienen vivo. Le dan cuerpo y espíritu en el aquí y ahora, frente a una audiencia que, aun sin entender cada palabra, comprendía cada emoción.
Al final, entre aplausos que no querían extinguirse, una verdad quedó flotando en el aire tibio del verano esloveno: la música, cuando es honesta, no necesita traducción.
La electricidad del alma
– Julio César Pisón
Café Mientras Tanto
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