Páginas del Café

B.B. King

 Live Club, Memphis
Tennessee (2006)

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📝 RESEÑA
Cuando la guitarra llora con voz de hombre viejo.

Hay conciertos que no son un evento, sino un hogar: B.B. King Live at Club Ebony en Indianola, Mississippi (emitido en 2006 y muchas veces confundido con Memphis por su raíz), es exactamente eso. Un retorno, un abrazo circular que empieza y termina en la entraña del blues. Frente a un público íntimo, casi familiar, B.B. King no solo toca: confiesa, bromea, recuerda y celebra. Su guitarra Lucille ya no ruge como en sus años de juventud, pero gime, ríe, tiembla. Y eso basta para que todo el aire se vuelva un suspiro.

Este concierto no está diseñado para la espectacularidad, sino para la emoción. En cada canción hay menos virtuosismo que hondura. Es un blues vivido, envejecido, sabio. B.B. King intercala anécdotas, agradecimientos, carcajadas. "Nobody Loves Me But My Mother (And She Could Be Jivin' Too)" se convierte en una especie de microteatro sonoro: no es solo música, es un viejo en la esquina del bar contando su vida con una carcajada herida.

La banda, fiel y sutil, respira con él. No lo cubre ni lo empuja: lo acompaña. Y la sala entera parece contener la respiración cuando el viejo maestro dice: “I guess I’ll play this one for you, because it still hurts a little”, y ataca los primeros compases de “The Thrill is Gone” con una mezcla de resignación y gloria. El público, en mesas pequeñas, con copas medio vacías, aplaude como quien no quiere interrumpir.

Es el tipo de concierto que uno siente que no ve: lo visita. Como quien entra a una iglesia laica del blues, o se sienta al borde de la memoria para que le cuenten un cuento que sangra suave. A los 80 años, en ese momento B.B. King no toca como un joven prodigio, sino como lo que fue: un viejo rey que sabe que el trono ya no importa, pero que aún bendice con su voz.

Una ceremonia de amor, cansancio y raíz. Como si el blues volviera, por una noche, a casa.

— Julio César Pisón
Café Mientras Tanto

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