Páginas del Café

Lady Gaga

 Live At Coachela  
California (2017)


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RESEÑA EN EL CAFÉ

 la afirmación del pop como acto político
Coachella, con su aura de culto a la contracultura convertida en escaparate global, fue durante años terreno de bandas alternativas, de grandes nombres del rock y del indie como legitimadores de un cierto canon musical. En 2017, cuando Lady Gaga fue convocada para reemplazar a Beyoncé, muchos imaginaron un espectáculo de transición. Lo que ocurrió, en cambio, fue una toma de poder. Lady Gaga subió al escenario no solo como estrella del pop, sino como una performer que comprendía que su presencia era también una intervención simbólica.

La actuación de Gaga en Coachella fue todo menos circunstancial. Desde su aparición con estética retro-futurista hasta los movimientos milimétricamente coreografiados, la cantante no buscó encajar en el molde de lo alternativo; más bien, llevó consigo los códigos del pop mainstream y los plantó sin concesiones en uno de los festivales más codiciados del mundo. Lo que pudo haber sido una sustitución de emergencia se convirtió en una redefinición de los límites de lo “aceptable” en escenarios históricamente celosos de su capital simbólico.

El concierto fue, en cierto modo, un repaso de su identidad artística: la Gaga hedonista de “Just Dance”, la diva queer de “Born This Way”, la cantautora vulnerable de “Million Reasons”. En ese collage estilístico, lo que emergió no fue una falta de cohesión, sino una capacidad camaleónica para dialogar con públicos diversos. Su performance en el piano, sola en medio de un desierto californiano abarrotado, se sintió como un gesto de humanidad radical, casi incómodo en su sinceridad emocional.

Pero lo más interesante no fue lo espectacular, sino lo que ocurrió en las zonas intermedias entre lo visual, lo sonoro y lo simbólico. Gaga no necesitó enunciar discursos políticos: su cuerpo en escena, su voz sin filtros, su despliegue de identidades complejas —femeninas, masculinas, híbridas— constituyeron ya una respuesta al clima social de Estados Unidos en 2017. Frente a un país polarizado, su grito de “Born This Way” fue menos celebración que resistencia.

En uno de los momentos más comentados de la noche, presentó una canción inédita: “The Cure”. El título, por sí solo, parecía resonar como una ironía suave frente a un mundo enfermo de odio, de división y de espectáculo vacío. Gaga, sin ironía, ofrecía una cura desde la música, desde el pop, desde la comunión efímera de los cuerpos que bailan juntos.

Lady Gaga en Coachella no fue simplemente la validación de una estrella en un gran escenario. Fue una afirmación: el pop puede ser arte, el espectáculo puede ser pensamiento, y la industria puede —en ciertas noches excepcionales— abrir espacios para lo inesperado. El suyo fue un acto de poder, sí, pero también de belleza y de riesgo.

Julio César Pisón
Café Mientras Tanto

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