Páginas del Café

Bob Dylan & His Band Dome

 City Hall Tokyo 2016


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RESEÑA EN EL CAFÉ
La eternidad se hace presente

La serie de conciertos de Bob Dylan en Japón en 2016, particularmente en el íntimo Tokyo Dome City Hall, puede entenderse como un episodio más dentro del llamado Never Ending Tour, esa maratón escénica que Dylan ha sostenido desde 1988 como forma de resistencia artística y declaración filosófica. En este concierto, lo que resuena no es tanto la nostalgia del pasado, sino la reinvención incesante de un repertorio que se niega a convertirse en museo.

A sus 74 años en ese momento, Dylan aparece más como un chamán que como una estrella de rock. En vez de reproducir sus canciones de forma reconocible para el público casual, las descompone, las rehace, les cambia el tono, el tempo, el fraseo. “Tangled Up in Blue”, por ejemplo, suena como una balada de jazz crepuscular; “Blowin’ in the Wind”, más cerca de un lamento sutil que de un himno. Esta metamorfosis no es caprichosa: es parte de su poética del tiempo. Dylan canta como quien recuerda y olvida a la vez.

Acompañado por una banda que entiende los matices de su enfoque —Charlie Sexton a la guitarra, Tony Garnier al bajo, George Recile en batería, entre otros—, Dylan se recluye en el piano, desde donde guía las versiones con gestos mínimos pero decisivos. La interpretación de temas de Shadows in the Night y Fallen Angels, discos donde versiona el repertorio clásico norteamericano de Sinatra y compañía, se integra con naturalidad al concierto. No es una concesión a la vejez: es la afirmación de que su voz rasgada puede sostener estándares de amor, pérdida y memoria con más honestidad que muchos cantantes técnicos.

Tokio, en particular, ha sido siempre una ciudad dylaniana: receptiva, silenciosa, atenta. En esta ocasión, el público japonés le responde con respeto casi ceremonial. Y Dylan, aunque nunca habla entre canciones, se deja llevar por ese aire flotante, casi irreal. Hay una paradoja hermosa: mientras canta “Love Sick” o “Desolation Row”, se respira una especie de paz, como si el caos del mundo estuviera suspendido por un instante.

Este concierto no es para quienes buscan los “grandes éxitos” tal como fueron grabados. Es, más bien, un ritual secreto. Dylan no canta para la posteridad, sino para este instante fugaz, como si supiera que el presente es lo único verdadero.

Julio César Pisón
Café Mientras Tanto

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