Páginas del Café

Tina Turner

 Live in Rio ’88

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📝 RESEÑA
Cuando un cuerpo baila por millones de almas.

Aquella noche del 16 de enero de 1988, el Sambódromo de Río de Janeiro dejó de ser pista de carnaval y se volvió algo más primitivo y sagrado: un volcán en erupción comandado por una mujer que no pedía permiso ni perdón. Tina Turner —huracán con piernas— se plantó ante más de 180.000 personas como si fuera a reclamar, una a una, cada herida y cada triunfo. Y lo hizo cantando.

No era una diva en lo alto de su pedestal; era una gladiadora con medias de red. Mientras otros artistas lucen trajes, ella vestía cicatrices. Y las hacía bailar.

“Addicted to Love”, “Private Dancer”, “What’s Love Got to Do with It”, “We Don’t Need Another Hero”… más que canciones, eran capítulos de una autobiografía cantada con fuego. Porque Tina no interpreta: exorciza. Grita lo que otros susurran. Y Río, con su locura tropical, fue la jungla perfecta para esa bestia escénica que ya no tenía nada que demostrar, salvo que estaba más viva que nunca.

La antítesis era escandalosa: una mujer golpeada por la vida, aclamada por una multitud extasiada. Una historia de abuso convertida en coreografía. Un cuerpo que en lugar de quebrarse, aprendió a arder.

Y ahí estaba ella. Bailando como si el mundo fuera a acabarse al siguiente acorde. Respirando con esa intensidad que solo tiene quien ha aprendido a vivir en la frontera del abismo. Cada paso suyo era un manifiesto: Aquí estoy, aquí sigo, y no me he ido porque nadie me sacó.

Aquella noche, más que un concierto, fue una consagración. No era simplemente una estrella: era una sobreviviente que convertía la vulnerabilidad en espectáculo. Y lo hacía con una dignidad feroz, como quien aprendió que el dolor también puede ser un tambor.

Río no aplaudió: rugió. Porque entendió que no estaba viendo un show, sino una liberación. Tina cantaba por ella, pero también por todas aquellas que no pudieron, que no se atrevieron, que aún estaban encerradas en sus jaulas domésticas.

Ese concierto fue una liturgia de piel y electricidad. Y Tina, como si fuera la sacerdotisa de un templo fundado sobre el ritmo y el coraje, nos recordó que algunas estrellas no nacen: se forjan.

Y esa noche, Río no ardió. Río fue consumido por la llama.

– Julio César Pisón
Café Mientras Tanto

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