Páginas del Café

Virginia Woolf

 La señora Dalloway

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RESEÑA
"La vida en un solo día, como una ola que sube y no cesa"

La señora Dalloway dijo que ella misma compraría las flores. Y con esa frase, como quien abre las cortinas de un salón bañado por la luz de Londres, Virginia Woolf inicia uno de los flujos de conciencia más sutiles y brillantes de la literatura moderna. La señora Dalloway no es solo la historia de Clarissa y su día entero preparándose para una fiesta; es, ante todo, una indagación delicada, casi filosófica, sobre el paso del tiempo, el peso de la memoria y los rostros múltiples del yo.

La novela transcurre durante un único día —al estilo homérico pero en clave burguesa y femenina—, y sin embargo contiene vidas enteras. Woolf despliega una sinfonía de pensamientos que se entrecruzan: los de Clarissa, los de Peter Walsh, los de Septimus Warren Smith. Cada uno con sus duelos, sus revelaciones, sus contradicciones. El tiempo, que resuena en los campanazos del Big Ben, es aquí un personaje más: marca la cadencia de las emociones, del envejecimiento, de los arrepentimientos callados.

La prosa de Woolf no es lineal ni complaciente; exige atención y entrega. Su estilo —impregnado de matices, desvíos internos, asociaciones inesperadas— capta lo inefable: ese modo en que la conciencia se mueve, en espiral, en ráfagas. En este sentido, La señora Dalloway es también una revolución técnica: deshace la trama clásica para abrir paso al pensamiento como materia narrativa.

Clarissa Dalloway puede parecer superficial en la superficie, pero Woolf, con maestría, revela su hondura emocional, sus ansias por comprender y conectar. La fiesta final —llena de luces, voces, apariencias— condensa una melancolía subterránea: el intento de reunir a todos los fragmentos de la vida en una velada, de imponer orden y sentido a lo disperso.

Y mientras tanto, Septimus, reflejo oscuro de Clarissa, camina por otra línea delgada entre la cordura y el abismo. Su presencia no es paralela: es eco, sombra, contrapunto. En él Woolf encarna el trauma, la imposibilidad de traducir el sufrimiento a palabras, el colapso de una sensibilidad que el mundo no sabe escuchar.

Leer La señora Dalloway es sumergirse en un río hecho de tiempo, lenguaje y pensamiento. No hay respuestas claras, pero sí una verdad íntima que permanece: que la vida —como una fiesta— es frágil, breve, y sin embargo, desbordante.

El día que cabe en una flor

– Julio César Pisón
Café Mientras Tanto

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