Título original: Motherless Brooklyn
País: Estados Unidos
Dirección: Edward Norton
Idioma: Inglés con subtítulos en Español
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RESEÑA
La ciudad y la mente: dos mapas que se pliegan sobre sí mismos
En Motherless Brooklyn, Edward Norton no solo dirige e interpreta, sino que reescribe desde la nostalgia una urbe y un género. Adaptando libremente la novela homónima de Jonathan Lethem, la traslada desde el Brooklyn contemporáneo a un Nueva York cincuentero bañado en sombras, jazz, segregación y corrupción sistémica. El resultado es un noir anacrónico que parece filmado a contracorriente del tiempo, más por necesidad que por estilo.
Lionel Essrog (Norton), un detective privado con síndrome de Tourette, es la puerta de entrada a una ciudad que respira con dificultad entre el asfalto, los tugurios y los salones dorados del poder. Su trastorno no es un capricho narrativo sino un mecanismo de fractura: habla cuando no quiere, repite lo que otros callan, y piensa con una lucidez que desarma. En ese sentido, Motherless Brooklyn es un noir sobre la palabra: cómo se reprime, cómo se impone, cómo se quiebra.
El relato gira en torno al asesinato de su mentor y jefe, Frank Minna (Bruce Willis), que desencadena una investigación laberíntica. Pero el misterio central no es quién mató a Minna, sino qué fuerzas operan detrás del urbanismo racista de la ciudad. En este punto, Norton se inspira en la figura real de Robert Moses —encarnado aquí como Moses Randolph (Alec Baldwin)—, figura totémica del desarrollo urbano neoyorquino, símbolo de poder tecnocrático e indiferencia moral. El enemigo no tiene rostro: es el sistema.
Visualmente, la película es una sinfonía oscura, con claroscuros que remiten a Chinatown, con una banda sonora a medio camino entre el jazz etéreo y lo íntimamente melancólico. La música compuesta por Daniel Pemberton y la canción original de Thom Yorke (“Daily Battles”) sirven como contrapunto emocional para una ciudad que destruye lo que no puede entender. El diseño de producción y el vestuario no buscan la ostentación del período sino su decadencia: la elegancia gastada, el lujo que ya está manchado.
Pero el mayor riesgo de Motherless Brooklyn es su lentitud elegida. Su trama se despliega con paciencia, su protagonista es más observador que activo, su mundo se revela poco a poco. En tiempos de velocidad narrativa, Norton apuesta por el tejido fino, por el personaje quebrado, por el eco de lo que no se dice. Y en esa decisión, aunque irregular, hay una belleza secreta.
Motherless Brooklyn no revoluciona el cine negro, pero lo ralentiza para contemplar lo que suele dejar atrás: los cuerpos marginados, las voces incómodas, la ciudad como herida abierta.
La memoria también se construye con escombros
– Julio César Pisón
Café Mientras Tanto
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