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Isabel Pantoja

 Sinfonía de la Copla
Orquesta Filarmónica de Moldavia
Palau Sant Jordi, Barcelona 2005

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📝 RESEÑA
La copla como sinfonía íntima y universal

Aquel 2005 en el Palau Sant Jordi no fue solo una cita musical, fue una consagración. Isabel Pantoja, envuelta en luces tenues y en la solemnidad del repertorio que marcó su vida, alzó la voz junto a la Orquesta Filarmónica de Moldavia para ofrecer un concierto que elevó la copla al rango de sinfonía, de ceremonia casi religiosa.

Vestida de terciopelo y memoria, Pantoja no cantaba: evocaba. Cada nota en "Marinero de luces", "Francisco Alegre", o "Se me enamora el alma" parecía brotar no solo de su garganta, sino de una historia colectiva, de una Andalucía ancestral que llora y canta a la vez. La orquesta, con sus cuerdas templadas y vientos majestuosos, no acompañaba: dialogaba con la intérprete, bordando en cada tema una nueva partitura emocional.

El concierto se movía entre el respeto al canon de la copla y una ambición sinfónica que la envolvía de nuevo ropaje: no se trataba solo de reinterpretar, sino de transformar. Era un ritual donde los silencios tenían peso, y donde el vibrato de Isabel se volvía eco del alma de un pueblo entero.

La dirección artística supo conjugar solemnidad con espectáculo, sin caer en la grandilocuencia. La cámara, en la grabación televisiva, supo detenerse justo donde el gesto decía más que la palabra. Y Pantoja, en su madurez vocal, dejó una huella serena, firme, capaz de estremecer sin alzar la voz.

"Sinfonía de la Copla" no fue solo un concierto. Fue un acto de amor por la música popular elevada a arte mayor. Una catedral sonora construida con trinos, penas y claridades.

El alma de una copla puede llenar un palacio si quien la canta tiene verdad

– Julio César Pisón
Café Mientras Tanto

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